San José dista del modelo de esposo que fue Pedro Picapiedra, un estereotipo común. Pedro entraba a casa después de un cansado día de trabajo, gritando, «¡Vilma, ya vine, yaba-daba-doo!». Se desplomaba en un sofá a leer el periódico o salía con amigos al boliche.
Pedro Picapiedra era ruidoso, enojado y distraído, pero leal a su familia. La relación monógama y dispareja de Pedro y Vilma, más reconocible a los televidentes de los años sesenta, choca a los jóvenes modernos nacidos años después de la revolución sexual. Algunos de dichos jóvenes incluso desdeñan el matrimonio y la estabilidad retratada por la pareja cómica. Un estudio de normas y valores en 1936 y 2008 revela que antes, las mujeres valoraban la confiabilidad y estabilidad emocional, mientras en la actualidad prefieren alguien atractivo y educado. Hoy, importa menos que sean laboriosos, refinados, castos y de la misma religión.
Investigadores sociales de la Universidad de Gotinga, en Alemania, encuestaron a 64,000 mujeres para preguntarles qué buscan en sus parejas. Un 90 por ciento expresó buscar un compañero amable. La mayoría de las encuestadas tenían entre 18 y 29 años y eran heterosexuales. Además, quieren que su pareja las apoye (86.5 %) y sea inteligente (72 %), educado (64.5 %) y confiable (60 %).
San José seguramente poseyó las buenas cualidades de Pedro Picapiedra y excedió con creces las expectativas de las encuestadas en la investigación alemana. Fue un esposo justo, prudente, trabajador y productivo, sincero, generoso, responsable, inteligente, aventurero y flexible, reflexivo y unido a Dios. San Pedro Crisólogo dice que fue «un hombre perfecto, que posee todo género de virtudes». Hizo honor a la recomendación bíblica: «Maridos, amen a sus mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla» (Ef 5, 25).
Si nos metemos en la escena descrita por los evangelistas, podemos imaginar a las señoras casamenteras de Nazaret tomando el sol de la tarde. Sentadas en unos banquitos, quizás elaborados por el mismo san José, una de ellas sugiere que José es un «buen partido». Después de todo, es descendiente del Rey David y goza de buena reputación. Comentan su buen porte y su capacidad de trabajo. «¡Dichosa su futura esposa!», exclama otra señora, y las demás mujeres asienten unánimemente.
Cuando llegó el momento para José de contraer matrimonio, eligió a María. Sucintamente, san Mateo nos da a entender que José amó entrañablemente a María desde el principio: «Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto» (Mateo 1:19). Él se percató que su desposada portaba en su vientre un hijo que no era suyo. La comunidad la querría apedrear. Pero él era justo y optó por dejarla en silencio; consideró las consecuencias de sus opciones antes de decidir.
Supo cambiar de opinión cuando el ángel le presentó nueva información, por lo cual reconocemos en él la humildad y la flexibilidad. En sueños, el ángel le dijo que podía proseguir con sus planes originales, pues el bebé en camino había sido concebido por gracia del Espíritu Santo. Era el hijo de Dios. Tal mensaje le haría sentido a José, porque conocía a su prometida y su intención de permanecer célibe, y también sabía que las escrituras predecían la venida de un mesías, nacido de virgen. De allí en adelante, José protegió a María de sospechas o acusaciones de adulterio.
José era hombre de palabra: asumió sin reservas y con valentía la responsabilidad de ser el esposo de María y padre del hijo de Dios. Confiaba en que Dios lo guiaría y acompañaría. La joven familia tuvo que viajar a Belén para completar el censo, huir a Egipto y luego retornar. En las penas y las alegrías, la incertidumbre y los momentos de sosiego, el corazón de José se unió al de María y Jesús.
El compromiso adquirido suponía proveer los bienes materiales necesarios a su esposa e hijo adoptivo. José dedicó jornadas largas a su trabajo honrado como carpintero, artesano y/o constructor (como sabemos por la palabra tekton, del griego antiguo). La tradición sostiene que Jesús fue aprendiz de José en el taller, y que juntos fabricaron diversos bienes.
¿Cuántos años duró el matrimonio de José y María? ¿Entre 15 y 30? Los cristianos suponemos que la muerte física de José puso fin a la unión matrimonial probablemente antes de que Jesús comenzara a predicar la Buena Nueva. Nos gusta imaginar que José afrontó la muerte con el estoicismo que lo caracterizó siempre. Con gran cariño y agradecimiento, María y Jesús presenciaron el paso de José a la vida eterna.
El amor de José por María es a la vez digno de emular, pero también absolutamente único: es un amor casto y espiritual. «Entre José y María no se dan esos lazos físicos y naturales, pero existen los jurídicos, y sobre todo los espirituales de forma más elevada y sobrehumana,» escribe Bonifacio Llamera O.P.. Agrega que «Los dos de común acuerdo, después de desposados se prometieron amor virginal y mutuamente se miraron como templos vivos del Espíritu Santo».
Una hipótesis sobre san José es que él era un viudo de avanzada edad cuando contrajo matrimonio. En el llamado protoevangelio de Santiago, se describe cómo el Gran Sacerdote designa a san José, viudo, como protector de la Virgen María. San José protesta pues tiene hijos que cuidar, pero finalmente, «lleno de temor, recibió a María bajo su guarda». Siguiendo este razonamiento, san José únicamente fue protector de la virginidad de María.
Sin embargo, teólogos como san Agustín y santo Tomás rechazan esta versión. Por ejemplo, santo Tomás considera que «puede creerse que no solamente María, sino también José estaba dispuesto en su interior a guardar virginidad, a no ser que Dios ordenase otra cosa. Pero no manifestaron con palabras expresas esta intención al principio, sino más tarde, y así permanecieron siempre vírgenes».
En 1952, el obispo y filósofo americano Fulton Sheen escribió que
José probablemente era un hombre joven, fuerte, viril, atlético, guapo, casto y disciplinado; el tipo de hombre que uno ve a veces cuidando ovejas, o piloteando un avión, o trabajando en el banco del carpintero. En lugar de ser un hombre incapaz de amar, debe haber ardido de amor…En vez de ser una fruta seca para servir en la mesa del Rey, era un retoño lleno de promesa y poder. No estaba en el ocaso de su vida sino en su mañana, bullendo con energía, fuerza y pasión controlada.
A diferencia de otros esposos, María y José no requerían de la consumación corporal para manifestar su entrega absoluta y su amor. El celibato en un matrimonio entre jóvenes es difícil de comprender, sobre todo en este mundo que a la vez trivializa y exagera la importancia del sexo. Sin embargo, en aquella época no era extraño que tanto hombres como mujeres adolescentes hicieran promesas de pureza a Dios. Sheen cita a León XIII, quien afirmó que «Su matrimonio fue consumado con Jesús». Se pregunta el obispo «¿Por qué ir en pos de la sombra cuando poseían la substancia?» Y es que José y María poseían la Divinidad, y la poseían corpóreamente.
San Bernardino expresa lo mismo: San José «poseyó de una manera corporal» lo que los profetas y patriarcas habían recibido en promesa. Por eso, dice Bernardino, «José viene a ser el broche del Antiguo Testamento». Agrega el santo: «No cabe duda de que Cristo no solo no se ha desdicho de la familiaridad y respeto que tuvo con él durante su vida mortal como si fuera su padre, sino que la habrá completado y perfeccionado en el cielo».
Según Sheen, entonces, José y María protagonizaron el primer romance, un romance divino. No un romance con límites terrenales ni para satisfacer deseos egoístas, sino una entrega incondicional y para siempre, cuya meta es el bien del otro y cuyo centro es Dios.
José protegió a María, no solo de los rumores que pudieran haber manchado su imagen, sino le brindó la seguridad que brinda un esposo fiel y confiable, habiendo depositado él su confianza en Dios. San José perfila al «hombre nuevo», explicó S. S. Benedicto XVI durante el rezo del Ángelus, en el tiempo de Adviento del 2010. En lugar de seguir su propio camino, «se confía totalmente a la infinita misericordia de Aquel que anuncian las profecías y abre el tiempo de salvación».
San José ejemplifica, para los matrimonios modernos, la sabiduría y los valores permanentes. Nos da luces sobre cómo podemos superar las pruebas de esta vida, desde el desarraigo y las penas económicas, hasta las tentaciones de todo tipo. En el 2009, durante su viaje a Camerún y Angola, Benedicto XVI exhortó a los esposos a recurrir a Dios para recibir de Él «la fuerza para educar a vuestra familia como Él quiere. Pedídselo. A Dios le gusta que se le pida lo que quiere dar. Pedidle la gracia de un amor verdadero y cada vez más fiel, a imagen de su propio amor». Un amor a la vez humano y sobrenatural, como el que se supieron dar los esposos José y María.