Una verdad evidente y que nadie puede obviar es que el ser humano es diverso. Y no solo a nivel cultural, étnico o religioso, sino también en lo que respecta a las opiniones sobre las normas que regirán una comunidad política, y sobre los fines últimos que deben orientar las decisiones públicas.
En teoría política, el pluralismo es un enfoque que proclama que la complejidad social se refleja o debe reflejarse en el ejercicio del poder político1. En contraposición a las teorías marxista y elitista, la perspectiva pluralista considera deseable que el poder permanezca disperso en diversos grupos que, de manera periódica, compiten por alcanzar cuotas de poder. Tales asociaciones son conformadas por ciudadanos libres que pueden expresar sus preferencias sin peligro de coacción o censura, para así someterse a las reglas del juego democrático con el fin de determinar si la mayoría de la población les apoya o no.
Aunque la teoría pluralista se desarrolló de una forma separada al liberalismo, guarda estrecha relación con este. Ya desde el siglo XVII John Locke, en su Segundo Tratado del Gobierno Civil, afirmaba que el poder político debía estar supeditado al consentimiento de los individuos que componen la sociedad, y que la designación, a través de reglas establecidas, de las personas que han de asumir el mando brinda legitimidad al gobierno2. Además, Locke en su tiempo se manifestó en contra de los que quieren, por distintos medios, corromper la elección de los votantes para su propio beneficio.
Otro autor clásico liberal que hace referencia a la pluralidad es John Stuart Mill. Este, en su Ensayo sobre la libertad, presenta una defensa férrea de la diversidad de opinión, al tiempo que se manifiesta en contra de la uniformidad y cualquier intento por homogeneizar a las personas. Mill llega a afirmar que no hay razón alguna para que todas las existencias humanas estén cortadas por un mismo patrón. De igual manera, enfatizó en lo valioso que es el que en una nación los ciudadanos se expongan a una variedad de situaciones, evitando así la semejanza entre individuos3.
Si bien Locke y Mill jamás presenciaron lo que hoy en día se conoce como sistema de partidos, reflexiones como estas nos indican que no estaban tan alejados de los postulados pluralistas. Si se toma como válida la afirmación de que tanto las sociedades actuales como las de hace tres siglos se componían por grupos con valores, opiniones y aspiraciones distintas, el pluralismo político sería una consecuencia natural de lo que Locke llamaba sociedad civil.
Ahora bien, existen intelectuales más contemporáneos que ayudan a dilucidar esa relación entre el pluralismo político, el liberalismo y la diversidad en sociedad. Así, el célebre politólogo Giovanni Sartori afirma que la génesis de las democracias liberales reside en el principio de que la diferenciación constituye la levadura y el más vital alimento para la convivencia4. En tal sentido, es gracias a los órdenes políticos de corte liberal que se reivindica la noción de disidencia y se consolida la percepción de que es bueno, para una sociedad, el pleno desarrollo de la variedad.
Francis Fukuyama es otro intelectual que explora ese puente entre el pluralismo y el liberalismo. Para el autor, el liberalismo clásico puede concebirse como una solución institucional al problema de gobernar la diversidad o, dicho de otra forma, de gestionar de manera pacífica la diversidad en sociedades plurales. A tal reflexión le llama el argumento pragmático en favor de la democracia liberal5.
Y en ello radica la virtud del pluralismo político y la necesidad de vivir en un orden político liberal: en que tales formas de organización social son compatibles con la propia naturaleza humana y la tendencia de los individuos a ser diferentes los unos de los otros. Esto es imposible con los regímenes autoritarios y las múltiples formas de gobierno que tienen como característica principal la concentración de poder, ya que la consecuencia de socavar los principios que rigen una democracia es el deterioro del ideal liberal y, por ende, del propio pluralismo.
Es imperante defender el pluralismo político frente a las avanzadas antiliberales del siglo XXI. Y no únicamente me refiero al abuso de poder que puede ejercer un gobernante o al irrespeto de una facción o partido político frente a las reglas democráticas, también a la coacción que la opinión mayoritaria puede llevar a cabo. Hoy en día, la deliberación sobre las decisiones públicas ocurre principalmente en las redes sociales, por lo tanto, se debe velar porque en dicho espacio se resguarde el pilar fundamental del debate público: el derecho a disentir y pensar diferente.
En la medida en que tomemos consciencia de ello y promovamos la pluralidad en nuestro entorno, la sociedad orientará sus pasos hacia dicha dirección, manteniéndose así no solo la libertad para asociarse y organizarse políticamente, sino también para expresar lo que pensamos.
Seamos, entonces, portavoces de la pluralidad, ya que es una forma de defender lo que somos nosotros mismos.
1 Molina, I., & Delgado, S. (1998). Conceptos Fundamentales de Ciencia Política. Alianza Editorial.
2 Locke, J. (2014). Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil. Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del gobierno civil. Alianza Editorial.
3 Mill, J. S. (2011). Ensayo sobre la libertad. Ediciones Brontes.
4 Sartori, G. (2007). ¿Qué es la democracia? Editorial Taurus.
5 Fukuyama, F. (2023). El liberalismo y sus desencantados. Ariel.