Los debates alrededor de la política identitaria, la teoría crítica de la raza y la interseccionalidad han tomado el escenario central en la opinión pública estadounidense. Para muchos en Latinoamérica, estos términos pueden sonar ajenos, sin embargo, estoy segura de que los escucharemos cada vez más en las redes sociales y espacios académicos.
Para el historiador económico y analista de políticas públicas, Phil Magness, la política identitaria se ha convertido en el tema dominante de las humanidades. Esta se rige en dividir a los individuos en grupos basados en su etnicidad, género, sexualidad, religiosidad y otros rasgos socioculturales para reclamar o promover posturas políticas. El individuo es olvidado y es reconocido únicamente por su membresía a un grupo con el que se identifica, de ahí el nombre. Por otro lado, la teoría crítica de la raza es la noción de que el sistema y las estructuras legales funcionan para perpetuar la desigualdad y las injusticias hacia ciertos grupos raciales. Finalmente, al lado de la teoría crítica de la raza también surge la interseccionalidad que analiza cómo la combinación de factores identitarios afecta la forma en que las personas perciben la discriminación o el privilegio.
Estas teorías fueron creadas en espacios académicos en Estados Unidos y siguen una tradición revisionista y crítica del marxismo que ha perdurado desde el siglo pasado. A la vez, son muy particulares a ese país por su historia de discriminación racial. Por estas razones esas teorías forman parte del fenómeno woke estadounidense que, desde una postura de señalización de virtud y con un trasfondo marxista, en última instancia busca apoderarse de la cultura y derribar los valores tradicionales de la sociedad.
Sin embargo, estas referencias de marxismo cultural gramsciano se escuchan cada vez más fuera de Estados Unidos, así como las herramientas que utiliza para convencer o engañar a las personas de dimensionar cualquier situación a través de un lente colectivista e incluso victimista.
Por ejemplo, el uso de palabras sofisticadas es una estrategia retórica para que las personas acepten o más bien no desafíen las posturas identitarias. Phil Magness dice que es una manera de esconder argumentos débiles y engañar a quien los escucha.
Por otro lado, la política identitaria también manipula el lenguaje para hacer ver a las personas que no comulgan con sus posturas como racistas, malvados, opresores, etc. Un vivo ejemplo de ello es que, aunque muchos estadounidenses no están de acuerdo con la organización detrás de Black Lives Matter (BLM), pero sí con la consigna de que todo humano importa independientemente de su color, si dicen en voz alta que no apoyan a BLM, automáticamente son tachados de racistas. Ahora bien, otro ejemplo cercano a algunos países latinoamericanos es el movimiento indigenista que es utilizado de la misma manera.
Como en muchos otros temas, América Latina va unos cuantos años atrás. Sin embargo, la acelerada comunicación global de hoy ha hecho que el rezago en nuestra región conviva con los fenómenos contemporáneos de otros países. Tal es el caso con la manera de abordar los temas previamente mencionados en términos de señalar de enemigo o malvado a quien piensa distinto, utilizar el lenguaje para modificar cómo se entienden tradicionalmente algunos conceptos y engañar a los individuos con enredos y finalmente fomentar la intolerancia en vez de un sano diálogo. Por lo tanto, tendremos que ponernos al día y estar atentos a que próximamente la batalla cultural será en un grado distinto al que conocemos.