Publicado originalmente el 8 de mayo de 2022 en Prensa Libre.
El proverbio latino corruptio optimi pessima expresa de forma concisa que la corrupción de lo mejor es la peor corrupción. Tal es el caso del lenguaje o la palabra en nuestros tiempos. El lenguaje es más que la forma en la que expresamos y comunicamos nuestros pensamientos, es la manera en la que manifestamos la realidad. Por esta razón, tiene un peso enorme en nuestro día a día y en cómo hemos dado forma a la historia y al progreso de la humanidad. Es de lo mejor que tenemos; por lo tanto, ¿cuál es el peligro de corromperlo?
El filósofo alemán Josef Pieper dice que «lenguaje no significa sino relación con la realidad». Corromperlo, entonces, es utilizarlo para falsear la realidad, decir mentiras y manipular significados para beneficio o interés propio. Esto tiene un peligro gravísimo para la interacción entre individuos, pues el diálogo o las conversaciones se convierten en un ring de pelea o una arena donde el objetivo es sobreponerse al otro o denigrarlo. Cuando esto sucede, el diálogo se vuelve venenoso y deshonesto. En la actualidad, la corrupción del lenguaje es fácilmente identificable en muchos medios digitales, con el activismo que se autodenomina progresista, sobre todo en los políticos y categóricamente en las redes sociales.
La mezcla entre redes sociales, en especial Twitter, y los medios de comunicación ha creado un fenómeno complejo en el cual la interacción con los individuos no tiene el propósito de informar hechos, sino convencer o incluso manipular la percepción de la realidad. Un caso que ejemplifica esto es la controversia alrededor del popular pódcast The Joe Rogan Experience.
A inicios del 2022, el pódcast de Joe Rogan, que tiene alrededor de 11 millones de oyentes por episodio, fue señalado de esparcir noticias falsas y ser una plataforma para la extrema derecha.
La vanidad y crueldad expresada en las redes en contra de Rogan tenía una tentadora posibilidad de éxito, pues individuos comunes y corrientes, periodistas, medios tradicionales, activistas y grupos de presión estaban empujando en una misma dirección para que se cancelara el pódcast y consecuentemente a su conductor. Sin embargo, no fue tan fácil. Muchas otras personas salieron a la defensa de Rogan y su contenido, pues las críticas eran infundadas, con el afán de injuriar y destruirlo solamente porque no es parte de la narrativa o el lenguaje corrompido que se ha apoderado de los espacios digitales. En definitiva, el pódcast de Rogan fue víctima de la manipulación de la palabra y con ella la realidad. Cualquiera que se tome el tiempo de escucharlo se dará cuenta de que recibe invitados diversos y los asuntos que abordan van desde vacunas contra el covid-19, extraterrestres, política, peleas de MMA, hasta tecnología informática. Lo más importante de la plataforma que ha creado Rogan es que, como conductor, busca tener conversaciones honestas sin una agenda, opuesto a lo que regularmente hacen la mayoría de los medios convencionales de ahora. Genuinamente indaga y se aproxima a temas que amplían los conocimientos de los oyentes. No busca aplausos, busca el conocimiento.
Esto nos demuestra que el ataque constante al diálogo y a lo que no se alinea con el lenguaje corrompido de la actualidad termina dañando también nuestra habilidad de relacionarnos honesta y pacíficamente con otros. Una gran parte, sino es que la mayoría, de nuestros pensamientos u opiniones se van formando con la palabra, en la medida que compartimos con otras personas y si no tenemos esos espacios desinteresados para ejercitarnos cognoscitivamente estamos poniendo en riesgo la vida social del individuo.